Des-sostengamos el consumo

En un momento histórico en el que la palabra sostenibilidad se ha puesto de moda y ha pasado a convertirse en el estandarte de muchos discursos productivistas que intentan disociar algunas prácticas del crecimiento económico, cabe pensar en la posibilidad de que a estas alturas se encuentre ya vacía de contenido…

 Pero más allá de la apropiación errónea que puede tener este concepto y en si realmente obedece o no a un significado tácito, creo que es necesario hacer un alto y pensar en la manera en la que estamos viviendo porque si continuamos desarrollándonos de forma insostenible nos quedaremos sin recursos.

 Ante esta situación, tal vez valga la pena re-apropiarnos del término para empezar a incorporarla en nuestras acciones cotidianas, como impulso de cambio. Y es que a través de nuestro hacer reproducimos ciertos arquetipos y estructuras enlazadas a la producción económica.

El producto final vale más que el proceso

El capitalismo, como herramienta maquiavélica “cuasi perfecta” se inmiscuye en todos los ámbitos de nuestra vida y actúa a partir de la replicación de la reproducción económica en todos los ámbitos de nuestra vida, imprenta la huella de la producción también en la reproducción social.

Seguimos patrones que son funcionales al propio sistema. Así aprendemos a generar una idea de competitividad desde que somos pequeños. Siempre debemos ser mejores y superarnos. La evaluación es una categorización numérica. Somos evaluados constantemente y hemos de sobrepasar la media (medida determinada por algún “ente medidor”) para poder “ser alguien en la vida”.

Así, creamos aspiraciones basadas en un modelo económico que puede cumplirse si alcanzamos ciertos objetivos que ya están especificados de antemano. Tal vez puedas entrar en el club de los mejores si tienes un trabajo en donde ganas bien, situación que te permitirá aspirar a una buena calidad de vida: comprarte una casa grande, tener el coche último modelo, cambiar el teléfono móvil, irte de vacaciones a un sitio exótico, etc. De esta forma el sistema va tatuando una y otra vez el modelo.

La obsolescencia también es simbólica

El consumo se convierte en un elemento central en esta supuesta libertad simbólica y mentirosa, que intenta cubrir las necesidades que el propio sistema crea. Porque en realidad, ¿necesitamos endeudarnos para comprar un coche que nos hará sentir más…libres? Y enseguida me viene a la memoria esa publicidad en donde transitas con un vehículo reluciente, nuevo y de color gris por una carretera amplia, rodeada de un hermoso paisaje… ¡y que encima aparca solo! Que tentación. Lástima que la publicidad no muestra los malabares que tendrás que hacer para pagar el sentirte más libre.

Obsolescencia programada dice que los objetos tienen un ciclo de vida establecido para continuar dando vida a la rueda productiva. Pero no sólo se rompen para procurar que el sistema siga funcionando, sino que también existe todo un imaginario simbólico que nos impulsa a continuar consumiendo, comprando, adquiriendo y tirando a la basura. La obsolescencia simbólica es eso que te impulsa a comprar cosas que realmente no necesitas… ¿por qué lo haces? Pues porque nos impulsan: rebajas, ofertas, chollos… y así privas a tu conciencia de la pregunta: ¿Lo necesito realmente?

Al fin y al cabo, si no viviéramos en una sociedad en la que todo es tan efímero y casi imperceptible, prestarías atención a la milésima de segundo de racionalidad y caerías en la cuenta de que verdaderamente no necesitas cambiar tu vestuario para ir a la moda. Una vez más el sistema se las arregla para engatusarte, ¡la banca gana!

Y es que el consumo se disfraza de necesidad y se internaliza a través de hábitos cotidianos. “Estos hábitos devienen de las enfermedades de la opulencia, nacen del exceso y de la orgía consumista”, explican desde el centro de investigación e información del consumo.

Caminando por Plaza Cataluña estas semanas en la que los indignados estábamos des-indignándonos vi una pancarta que me hizo mucha gracia por su frescura e infinita razón: “nosotros no somos anti-sistema, el sistema es anti-nosotros”. Y me rememoró todas las veces en las que escuche a aquellos que defienden el modelo imperante… el mercado se regula, hay que comprar para activar la economía…

 Simplicidad voluntaria: consumir menos y vivir mejor

¿Seré anti- sistema? Si eso significa intentar vivir con menos, adecuarme a adquirir las cosas que realmente necesito, intentar dedicar tiempo a hacer aquello que verdaderamente me gusta aunque no me otorguen un rédito económico, entonces sí soy anti-sistema. Porque como seres humanos pensantes, racionales y libres… ¿libres?, tenemos la posibilidad de elegir cómo queremos vivir en este paradigma.

El sistema es anti-seres humanos sociales. El sistema intenta aniquilar las relaciones humanas, no sólo con los de nuestra propia especie, sino también con la naturaleza. Reemplaza emociones por objetos.

Hay quien piensa que es imposible luchar contra algo que está tan enraizado, porque pareciera que no hay manera de salirse de la vorágine. Pero aunque nos olvidemos ( porque existe una fuerza maligna que hace todo lo posible para que pase), las personas tenemos un espacio de poder que se desarrolla en lo privado. Este ámbito privado, en el que podemos ser dueños de nuestras propias decisiones, interactúa constantemente con el ámbito público.

A mi entender, es posible convertirnos en consumidores concientes que sólo adquieren lo que realmente necesitan, sin excesos. La clave es ser transformadores, y actuar desde el día a día para modificar nuestro estilo adaptándolo a una idea de decrecimiento individual.

Podemos ir más lento, disfrutando del paisaje, mirándonos a los ojos de nuevo, compartiendo tiempos juntos y relacionándonos con la naturaleza. Observar en profundidad y preguntarnos qué es lo que realmente importa. La respuesta está en la voluntad y es simple: consumir menos y vivir mejor.

La cooperación co-opera?

A raíz del artículo publicado en la Vanguardia hace unas semanas que hablaba del libro del antropólogo Gustau Nerín, «Blanco bueno busca negro pobre», quisiera hacer unas alegaciones. Entrevistas radiofónicas y escritas aparte, debo confesar que la posición de Nerín me exasperó bastante porque las generalizaciones matan todo sesgo de duda y realidad. Sin embargo,  con el pasar de los días y haciendo un análisis más profundo, he llegado a la conclusión de que quienes queremos dedicarnos a la cooperación hemos de hacer una revisión de lo que se ha hecho hasta este momento desde una visión crítica, desde el análisis y  mediante un repaso histórico de las acciones. Sólo así será posible definir cuál es el tipo de cooperación que queremos.

 

El otro día alguien me dijo, con mucha sabiduría, que los cooperantes deberíamos aspirar a la desaparición. Al escuchar esto, al igual que con la entrevista a Nerín, me sentí tocada en la fibra más íntima. Pero como la acción sin reflexión es pérdida de tiempo, inevitablemente tuve que rumiar un largo rato. Y llegué a la conclusión de que sí, deberíamos empezar a pensar en que nuestro objetivo es desaparecer. Esto significa pensar nuestro trabajo no desde la idea romántica de quien se va a algún sitio a “ayudar”, sino más bien desde el pensamiento de que “somos un mal necesario” que algún día debería dejar de existir. Si pensamos en este leiv motiv, en algún momento miraríamos a nuestro alrededor y llegaríamos a la conclusión que ese «mal necesario» ya no es necesario.

“Hacer una escuela o una letrina no tiene impacto sobre el desarrollo de África. Llevamos cincuenta años de cooperación a gran escala y no ha habido resultados. El modelo está caducado. No hay ningún país africano que se haya desarrollado gracias a políticas de cooperación. Hace treinta años se creía que, al ritmo que avanzaba la cooperación, a principios del siglo XXI el continente africano estaría al nivel de Europa, pero se ha visto que no. De hecho, incluso se ha aparcado ya la expresión de ‘país en vías de desarrollo’. Hay muchísimo paternalismo y las ONG se acercan a África como si hubiera que enseñar a los pobrecitos negros a hacer todo”. Gustau Nerín.

Está claro que es necesario cambiar. Debemos pasar del simple asistencialismo, de la ayuda de sofá, de una cooperación centrada en el déficit económico en donde decimos qué es lo que se tiene que hacer y cómo se debe hacer, a la búsqueda de las verdaderas causas y en su consiguiente solución. La clave está en el trabajo conjunto, la escucha activa y las acciones bilaterales y de co-desarrollo.

Llegados a este punto, quienes hacemos cooperación tenemos que empezar a preguntarnos si  queremos pescar por los demás, si deseamos enseñar a pescar o si apostamos por acciones verdaderamente transformadoras, gestionando conjuntamente el cambio, trabajando desde el acompañamiento en el sur y dando protagonismo a las personas. La bilateralidad implica la acción también en el norte, donde nos toca hacer incidencia política y denunciar a los gobiernos que no respetan los acuerdos internacionales de paz y de derechos humanos, así como a las transnacionales que expolian y esclavizan a los ciudadanos. La clave está en empezar por comprender que muchos de los males del sur se gestan en el norte y que es tiempo de que nos demos cuenta de cómo nuestras acciones inciden en otras partes del planeta. Debemos ser responsables, no desde una aportación económica, sino desde una postura crítica y de acción real.

En este sentido y volviendo al análisis sobre la cooperación internacional, personalmente creo que no todo lo que se ha hecho, o hace, es malo, ni afirmaría que todo es bueno. Es también obligación de las asociaciones observarnos y criticarnos para apuntar hacia la transparencia, es un ejercicio «casi obligatorio». Por otro lado, coincido en que utilizar a la cooperación al desarrollo para hacer negocio es un delito inhumano, vergonzoso y despreciable  que se ha de denunciar.

La cooperación ha ido evolucionando, cambiando y ganadamente se transforma y se analiza a sí misma. Busca nuevos enfoques que sean más participativos, horizontales e igualitarios, en donde no se hable de beneficiarios sino de actores, y sobre todo que otorgue voz a los verdaderos protagonistas de las transformaciones. Los que estamos en el norte tenemos una misión que se centra en búsqueda de nuestra propia justicia social, y que ver con la rendición de cuentas y la transparencia, tanto de las ONG, como del Estado y de las empresas privadas en donde invertimos, de las que adquirimos productos y en donde depositamos nuestro dinero. Empecemos por mirarnos el ombligo, poner nuestra casa en orden y luego llevar a cabo una cooperación entre iguales, horizontal, participativa y sobre todo de acompañamiento.

 

L. F. G.